lunes, 1 de abril de 2013

El fantasma de Oscar Wilde


Oscar Wilde, vecino del barrio de Saint Germain, ya que sus últimos años de vida se sucedieron a pocos metros del lugar donde años después se abriría la Akademia Raymond Duncan, en el hotel de la 13 rue des Beaux Arts. A finales de los años 70 todavía podía verse un árbol, que se alzaba en medio del bar cafetería del hotel, asomando sus ramas a través de una abertura practicada en el techo; aquel lugar, probablemente, había sido un antiguo jardín.
Fui un día a buscar el hotel donde había muerto Oscar Wilde. Después de perderme, al fin hallé el lugar donde una placa recordaba que allí había vivido sus últimos días el escritor. Al asomarme a su interior, me llamó la atención que en el medio del salón del bar se elevara un árbol que desplegaba su copa desde una abertura del techo. ¿Ya estaría el árbol cuando a Wilde, lleno de deudas y moribundo, le subían una taza de té? ¿O acaso lo que hoy era salón había sido jardín?” (Rojiza penumbra, p. 12).





Las fotos de Jorge Luis Borges y Oscar Wilde comparten un mismo lugar en el hotel que acogiera parte de sus vidas en tiempos distantes y tan diferentes para ellos.

La escalera hacia las habitaciones

El árbol que presidía aquel salón donde estaba ubicado el bar del hotel hoy ya no existe, pero queda su presencia en la novela, como también la mirada de Wilde que Daniel Villalba buscará bajo la sucesión de empapelados que cubren la pared de la habitación que el escritor ocupara. 
Las primeras dificultades que tuve se centraron en el arte de llevar la bandeja llena, esquivando mesas y clientes. Pero aprendí algunos trucos de equilibrio y pronto me acostumbré. El trabajo no era desagradable.Al final de la primera jornada y como acto simbólico de apropiación de aquel espacio quise espiar las habitaciones donde había muerto Oscar Wilde. El conserje, un viejo simpático y orgulloso del acontecimiento histórico por el que preguntaba, me indicó el número, diciendo que aprovechara ese mismo día porque no había huéspedes. Subí hasta allí y abrí la puerta. Parece una tontería pero pensé que aún debía de haber quedado algo del espíritu del escritor flotando en el ambiente. Alguna marca de su cuerpo enfermo...Al traspasar el umbral encontré una habitación de hotel idéntica a tantas otras.Empapelada hasta las puertas, como acostumbran a hacer los franceses. Al menos se veía limpia y olía a cera. Quizá, pensé. Debajo de la capa de papel de las paredes todavía hallaba la última visión que tuvo Wilde antes de morir. Pero habían pasado tantos otros. Entonces recordé aquello de la démarche archéologique . Adónde van a parar nuestras visiones cuando ya estamos muertos, superpuestas unas sobre otras como láminas cuyo espesor es el de la vida que vivimos ¿Se fundirían en el aire? Hacía poco, en una de las clases de cine había visto Solaris de Tarkovski. Pensé en aquel mar de memoria que amenazaba a los cosmonautas con sus antiguos recuerdos que se actualizaban sin ningún orden. ¿ Y si me asaltaba de pronto, en aquella habitación, un recuerdo fugaz del escritor, un recuerdo errante en suspenso detrás del papel? Busqué una esquina despegada para verificar el groso de las capas. La encontré detrás del armario. Debajo de ellas hallé restos de pintura muy antiguos. Quizás allí estaba el año 1900, el año que buscaba”. (Rojiza penumbra, pp. 74-75).
Toulouse Lautrec y Oscar Wilde vistos por Opisso
Releo esto y descubro entonces más coincidencias entre la vida real y la que imaginamos en la literatura; paseando por las páginas de internet encuentro en los números de una revista que lleva el sugerente nombre de Rue de Beaux Arts (en homenaje a la calle que albergó los pasos de Wilde en sus últimos años de vida, en París), un relato de Claire Pratz que precisamente, entre otras anécdotas que refiere, hay una que hace alusión al papel de pared del cuarto que Wilde ocupó en el entonces llamado Hotel de Alsace, y que nada tiene que ver con el elegante hotel en el que hoy se ha convertido. Los datos de la revista, que recomiendo calurosamente son: Rue des Beaux Arts, Numéro 37: Mars/Avril 2011.

Claire Praz
El 8 de mayo de 1929, el diario L’Européen publicaba un artículo de Guillot de Saix. Este recogía diversos testimonios, más o menos conocidos, de personas que se habían encontrado con Oscar Wilde en París durante los últimos años de su vida. Transcribimos aquí el de Claire Pratz, corresponsal del Petit Parisien y del Daily News, a quien Osar Wilde le había publicado un artículo dentro de su periódico The Woman's World.

A los diecisiete años le envié mi primer artículo, un estudio sobre Pierre Loti, a Oscar Wilde, que entonces dirigía The Woman’s World y que publicó en su revista. A partir de entonces mantuve correspondencia con él, y en los días de su esplendor fui testimonio de su sensacional entrada en el vernissage de la Grosvenor Gallery, llevando un gran girasol amarillo en la mano y siendo escuchado como a un dios. Pero fue más tarde, en París, que lo vi, luego de su proceso. Entre mis colegas del Daily News había un joven que admiraba y a la vez temía a Oscar Wilde. Huía cuando le veia. Sin embargo, un día me llevó a cenar a un pequeño restaurante donde se reunía un grupo de jóvenes ingleses, y donde me colocaron al lado de Oscar Wilde. Éste no me prestó mucha atención, hasta que de repente miró mi mano derecha. Entonces lanzó una exclamación de sorpresa y, poniendo su mano izquierda al lado de la mía, dijo: "¡Aoh! ¿Acaso no parecen las dos manos de una misma persona? A partir de entonces, durante toda la comida sólo se dirigió a mí. Le recordé que él había sido mi primer editor.
-¿En serio? Dime cómo. Esto me interesa.
-Usted publicó mi estudio sobre Loti.
-Sí, sí. Me acuerdo. ¿Y cuánto te pagué?
-Cuatro guineas.
-¿En serio? Dime cómo. Esto me interesa.-Usted publicó mi estudio sobre Loti.-Sí, sí. Me acuerdo. ¿Y cuánto te pagué?-Cuatro guineas.-¡No me agradezcas entonces!, si te pagué cuatro guineas, es que seguramente valía ocho!
Enseguida nos convertimos en grandes amigos. Me llamaba "the good godness", "la buena diosa", y él siempre quería verme vestida de verde porque era su color favorito. Sólo una vez hizo alusión a su proceso, refiriéndose a los derechos de paternidad que le habían retirado: "¿Hay en la tierra un delito lo suficientemente grande que merezca como castigo el que un padre no pueda volver a ver a sus hijos?". Vivía en un humilde cuarto amueblado, en el Hotel d'Alsace, Rue des Beaux Arts. Y él, que había sido el esteta de la aristocracia de Londres, sufría terriblemente esta miseria simbolizaba para él por las terribles flores del papel de pared "estilo modernista" de color chocolate sobre fondo azul.
- Ya ves, querida -dijo-, sostengo un duelo a muerte con mi papel de pared. Uno de nosotros permanecerá allí. Será él o lo haré yo.Y he aquí que fue aquel papel pintado que lo vio convulso, acurrucado por el efecto de la estricnina que había absorbido al intentar evitar su decadencia.Recuerdo una cena con él y Jules Bois, éste se dedicó a hablar largo y tendido sobre el diablo, tanto que asustó a Oscar Wilde. Al día siguiente me escribió: "No me siento bien, mi querida good godness. Bueno, no he dormido. Nunca se debe hablar de "el que no debe ser nombrado, ¡él se venga!”En aquella cena, él le había relatado a Jules Bois esa parábola que luego he reencontrado en otros lugares bajo diferentes formas: "Después de Cristo hubo una vez un hombre que, como él, se sintió llamado para intentar de nuevo la redención de los hombres. También hizo ver a los ciegos, a los sordos oír, a los cojos andar, y resucitó a los muertos. Pero todo el mundo se rió de él, y murió de viejo en la soledad, diciendo: "He perdido mi vida, nunca me tomaron lo suficientemente en serio como para crucificarme”.
Oscar Wilde hablaba a menudo de su madre, Lady Wilde, que vivía en Dublín y que tenía un salón literario al estilo del siglo XVIII, y en el que los más bellos espíritus de Irlanda se daban cita. Allí su madre, presumida intelectual que firmaba Speranza, le obligaba a permanecer en silencio. Así, luego, cuando alguien le cumplimentaba por su arte de gran conversador, Oscar Wilde decía: "Sí, si ahora sé hablar tan bien es porque supe callarme durante mucho tiempo”.
Un día, Oscar Wilde subió al tranvía Montparnasse-Étoile para ir a casa de Alfred Douglas, que por entonces vivía en la Avenue Kleber.Aterrorizado, se dio cuenta de que había olvidado su billetera (¿o tal vez había gastado ya su último centavo?). Lo declara en voz alta, y a renglón seguido pregunta: "¿Hay alguien que tenga la amabilidad de prestarme treinta centavos?" El silencio fue total, a pesar de que el tranvía estaba lleno. Así que Oscar Wilde detuvo el vehículo y se apeó, paró un coche que pasaba, saltó y se instaló triunfal sobre el asiento, saludando irónicamente a los pasajeros, a sabiendas de que el portero de Douglas pagaría al conductor a su llegada. La moraleja, dijo, después de haberme relatado riendo esta historia, es que tenemos más confianza en alguien que toma un coche para sí solo, que en el que se mete en el coche todo el mundo.Gran sibarita, se deleitaba en comparar la cocina francesa y la cocina británica. Le agradaba concurrir a una casa que tenía como especialidad un plato muy común en su país, Silver Side (Costa de Plata), que consiste en un guisado de cordero hervido acompañado de zanahorias, cebollas, nabos, servido con virutas de manteca de ternera. Se hacía anunciar a través de un telegrama porque la elegante clientela era muy numerosa. Un día en el que me llevó allí se pasó toda la tarde triste porque no había más Silver Side...En otra ocasión vio que dentro de una tienda estaba el oculista Stead, el cual perecería en el desastre del Titanic, y me preguntó: "¿Debo ir a saludarle?". “Por supuesto”, le respondí. Después de una breve conversación, y en un aparte conmigo, me susurró: "Los ojos de este hombre dicen que deberá morir en el agua”. Lo cual los acontecimientos verificarían.Acostumbraba a visitarme siempre entre las cinco y las cinco y media, y como a esa hora tenía por hábito tomar una absenta, caía en una somnolencia clarividente que la ausencia de absenta hacía desaparecer”.
La traducción es mía, para el original en francés ir a ir aquí.


El periodista Jean Joseph Renaud recuerda a Wilde, a quien conoció en su niñez en la época en la que el escritor era un devoto padre de familia que vivía en el número 19 de la Tite street. Renaud le rememora también en sus últimos años en París como conversador incansable, siempre dispuesto a deleitar a un público variopinto, subyugado por la riqueza de su lenguaje, modulado por un humor amargo, con el que sabía poner al descubierto la inmoralidad, el egoísmo, la pequeñez estúpida de la sociedad que lo había condenado.

También nos lega la visión de su muerte en la habitación del hotel Alsace en este enlace. 



Qué diría un esteta como él de sus adoradores, que se han multiplicado. Los efectos de sus efluvios amorosos han dejado una huella indeleble sobre su tumba. Pero el gobierno de Irlanda ha intentado remediar tanto amor oponiendo entre sus amantes y la piedra de su sepultura un frío cristal. Seguramente se le ocurriría alguna de sus frases ingeniosas donde haría alusión a la fama y al efecto del democrático turismo de masas que ha sabido reconvertir al controvertido (en su época) monumento en una simple especie de puerta de baño público, no por eso menos interesante. 



  

domingo, 3 de febrero de 2013

Raymond Duncan conoce a Penélope Sikelianos


Raymond Duncan conoce a Penélope Sikelianos, quien se convertirá en su esposa, compañera de utopías helenistas y madre de su hijo Menalkus.

Penélope era hermana del poeta griego Angelus Sikelianos, y todos ellos frecuentaban las veladas literarias de los viernes en casa de la pintora y poeta norteamericana Natalie Clifford Barney (1876-1972), en el número 20 de la rue Jacob. Allí, a pocos metros de lo que luego sería el local de la Akademia Raymond Duncan, al abrigo de las miradas profanas, y ensombrecida su misteriosa atmósfera por añosos árboles, se elevaba el Templo a la Amistad. Natalie Barney, huyendo de la enfermiza melancolía de su amante Renée Vivien, fue locataria de una vivienda y el templo, anexo al jardín, durante sesenta años. Allí tuvo su atelier, y allí también muchos de los intelectuales y artistas que frecuentaban su círculo estrenaron sus obras. A finales de los años 60, Michel Debré, entonces ministro de defensa francés, en una oscura maniobra inmobiliaria de especulación, logra, a través de un acoso sistemático, echar a la entonces nonagenaria Natalie Clifford Barney e intenta, junto a su esposa Mme. Debré, convertir el misterioso Templo de la Amistad (de origen probablemente masónico y construido durante los primeros años del siglo XIX) en un “estudio” para alquilar. 

El Templo de la Amistad fotografiado por Atget en 1910
Al recopilar toda esta información, que no tenía en la época en la que escribí Rojiza Penumbra, pienso en las coincidencias. Los “diletantes helenistas” que aparecen en mi relato y que nacían de la pura imaginación, estaban allí, se habían paseado por las calles que yo misma recorría setenta años después. Un conocimiento que va más allá de la conciencia unía a los personajes con una realidad pasada -con Natalie Barney y sus veladas griegas, con Isadora Duncan y la escritora Colette bailando- cubiertas apenas por velos etéreos- con la Akademia- sin conocer, exactamente, que el Templo a la Amistad se alza, aún hoy (aunque profundamente dañado por la intervención “rapiñosa” del ministro de defensa) detrás de las casas que hay en frente mismo de la 31 rue de Seine, en el 34. 

Natalie Clifford Barney. Fotografía y más información aquí
Por aquellas calles daba vueltas años después, cuando volvía a París queriendo recuperar la localización de la Akademia. Me citaba entonces con mi amiga Gilda, o con Françoise, en la Librerie des femmes de la rue Jacob. Y caminábamos, en círculo, buscando las huellas perdidas de los Duncan. Y sin saberlo estaba reconstruyendo la cartografía de los pasos de aquellas/os helenistas en la época en la que París was a woman, y en que los hombres que acompañaban a esas womans eran delicados poetas que no dudaban en vestirse también con túnicas etéreas.

Más información sobre el Templo de la Amistad aquí
Relieves de Raymond Duncan expuestos en el patio de la casa de la 31 Rue de Seine y que aparecen en la película de Orson Welles. (Fotografía Elsa Plaza)
Escalera que lleva a los pisos de la 31 rue de Seine. (Fotografía Elsa Plaza)
Anotación hecha por Eva Palmer
Eva Palmer Sikelianos (1874-1952), una de las bellas amantes de Natalie Clifford Barney, era estudiante de arqueología en París. Entusiasta de la antigua cultura griega, conoce en las veladas del Templo de la Amistad al poeta Angelus Sikelianos, hermano de la que sería Penélope Sikelianos Duncan. Eva y Angelus se casan en el año 1907, y un año después viajan a Atenas. En 1927 intentarán revivir el antiguo festival de Delfos con sus juegos, arte y teatro.

martes, 22 de enero de 2013

Orson Welles visita a Raymond Duncan

Un raro documento: Orson Welles filma en la Akademia a Raymond Duncan.
Se trata del cuarto episodio de su serie documental para la televisión británica Around the World with Orson Welles, de 1955, dedicado al barrio parisino Saint Germain Des Prés.
Trabajando en su obra, todo cuanto él utiliza sale de sus manos: un predecesor del “decrecimiento”.


Ficha técnica en IMDB

jueves, 10 de enero de 2013

Algo sobre "Rojiza Penumbra, en casa de Claude"

Rojiza penumbra, en casa de Claude se fue haciendo de a poco, sin darme cuenta, con imágenes y sensaciones (con la música de Erik Satie, que las acompañaban). Hasta que la lectura de un libro, que trataba sobre los mitos alrededor de la creación del andrógino, me dio el argumento. Quise entonces probar los sentimientos que, desde la masculinidad, podría yo misma haber vivido en la época en la que, recién llegada a Europa, deambulaba y me perdía descubriendo asombrada París. Para ello volví a una escena congelada en mi memoria: 
Isadora Duncan revolucionó la danza con sus pies descalzos y las túnicas,
que exhibían libremente las formas de su cuerpo.
La lectura de Mi Vida de Isadora Duncan -hecha durante la larga travesía en barco, desde Buenos Aires- rondaba mi pensamiento cuando me encontré, de pronto, en frente mismo de la Akademia, fundada por Raymond Duncan -bailarín, actor, escultor, poeta... hermano de Isadora. Entré. Se exponían allí fotografías de la bailarina, objetos y un decorado que había servido de fondo para sus danzas. La exposición era pobre, descuidada, parecía que los objetos, trasladados desde un desván, los habían colgado, siguiendo un orden azaroso, sobre los muros deslucidos. Allí había también otro espacio, una pequeña sala de teatro donde se estaba celebrando un acto de homenaje a Isadora, muerta 48 años antes, en 1927. El ambiente estaba impregnado por ese inconfundible olor a humedad y papel viejo de los espacios donde el tiempo se detiene, y acompañaba al silencio que precedía el espíritu de Isadora, evocado por un manto (que, probablemente, le había pertenecido) sobre el que se había depositado una corona de rosas. El público y los artistas, que se sucedían en el homenaje, eran tan extraños como todo el lugar. Entonces ignorante de toda la historia de amor y de dedicación de Raymond Duncan y su familia en pos de la recreación de la vida y la cultura de la Grecia clásica, la visión de quien creí la anfitriona me resultó casi una aparición. Una escultura en movimiento, aunque, ella sí, sacada de la eternidad del mármol vivía en su cuerpo envejecido y regordete. O al menos es lo que me dio a imaginar, desde el envoltorio de sus tejidos y el manto que arrollaba, con gracia, a uno de sus brazos. ¿O quizás no era tan anciana? y así la veía yo desde la mirada de mis veinte y pocos años. Se celebraba, probablemente, el cumpleaños de Isadora: 27 de mayo, pero en mi memoria la escena aparecía unida a la manifestación del Día de los trabajadores, 1º de mayo. Paralela a esa escena, surgida de otra dimensión, aparecía la calle, París tomada por un desfile de banderas rojas y negras llevadas por estudiantes, por obreros, por mujeres que elevaban estandartes violetas... la algarabía, la vida, mientras que en aquel espacio de la 31, Rue de Seine, el tiempo se había detenido.
La familia Duncan: Raymond, con Penélope y Menalkus 
Me quedé fascinada por el descubrimiento, y volví con frecuencia, ya que entonces vivía no muy lejos, frente a la iglesia de Saint Sulpice en el 84 de la rue Bonaparte. La Akademia, inexorablemente, fue borrándose, hasta que ya no estuvo más allí, no sé cuándo ni cómo desapareció. Y durante muchos años, ni siquiera una placa recordaba a ese espacio donde Raymond Duncan había dejado lo mejor de su creatividad y de sus sueños, hasta llegué a pensar que yo misma la había inventado, porque mis amigos parisinos no la recordaban; sólo Mme. Godefroy, vecina del barrio y amante de su historia, dio razón a mi memoria. Mucho después, ya en Barcelona, hice un dibujo recordando al personaje vestido a la griega.

Hasta que surgió la idea de escribir todo aquello. Entonces recuperé la escena en París y ubiqué a mi personaje, Daniel Villalba, un argentino recién llegado que acaba de participar en una gran manifestación que conmemora el 1º de mayo… y se encuentra, de pronto, con el espectáculo de ese otro tiempo que se sigue sucediendo en la Akademia. A diferencia de lo que yo viví realmente, cuando descubrí la verdadera Akademia, la fundada por Raymond Duncan, Daniel se integra en aquel ambiente al cual yo sólo me atreví a observar. Ese es el comienzo de Rojiza Penumbra.
Pero allí también aparece la figura de Oscar Wilde, vecino del barrio, su último año de vida se sucedió a pocos metros del lugar donde, años después, se abriría la Akademia, en el hotel de la rue des Beaux Arts. 

Dibujo del personaje visto en la Akademia.
¿Quién era? ¿Acaso Menalkus, a quien yo confundí con una mujer?
Pero hace unos pocos años vi que habían colocado, al fin, una placa, aunque la fecha de la existencia de la Akademia es errónea, 1929-1966 (la hacen coincidir con la muerte de Raymond Duncan), ya que la escena que viví ocurrió en 1975 y es probable que la Akademia haya sobrevivido a su fundador, al menos, diez o doce años más. En la placa se menciona su existencia, precedida por la noticia de que Aurore Dupin, George Sand, también ocupó en ese inmueble. 



31, rue de Siene, Paris (2009) 



miércoles, 9 de enero de 2013

Resumen de la novela


Un homenaje a la bailarina Griselda Bryan, 45 años después de su muerte, que tiene por escenario la Akademia fundada por su hermano Desmond en París, es el punto de encuentro de los personajes que al hilo del relato nos mostrarán una ciudad en dos tiempos paralelos. El de los años veinte y el de 1975, donde transcurre la historia. Inspirada en la Akademia Raymond Duncan, y que permaneciera abierta durante casi cincuenta años en París ajena a modas y tendencias artísticas.
En la novela el mundo de la estética helenista y decadente de los asiduos al lugar se opone como contrapunto a la realidad social y política. En París los estudiantes viven con pasión el fin de la guerra de Vietnam, Las últimas condenas a muerte del franquismo y la llegada de los exiliados lationamericanos que huyen de las dictaduras del cono sur. Planeando sobre todo esto, el mito del andrógino se descubre como revelación de una estrafalaria utopía cuya próxima instauración proclama, desde la Akademia, un profesor de lenguas clásicas. El viejo mundo se descubre así ante el estudiante latinoamericano, que comparte habitación y trabajo, limpieza de oficinas, con un exiliado español: artista- pintor y anarquista.